por Cynthia Cárdenas Palacios
Doutoranda do Programa de Pós-Graduação em Antropologia Social/UFAM
Navegando pelo río Kanus (fotografia de Aneli Gómez)
PRIMERA PARADA
Cuando el 16 de marzo del 2020, en el Perú se decretó la cuarentena general ante la pandemia de Covid-19, Lleyly López, joven awajún proveniente de Amazonas, se encontraba en Lima estudiando en la Universidad Privada del Norte. Tuve la oportunidad de conocer a Lleyly el año pasado en la ciudad de Iquitos. Ahora, ella está estudiando Economía en la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana. En uno de nuestros encuentros, conversamos sobre sus vivencias durante la pandemia.
El retorno de Lleyly a la comunidad de Yutupis, ubicada en la margen del río Kanus, en la región Amazonas, estuvo marcado por tres momentos: la cuarentena o la espera, el retorno o el viaje, y la llegada. En este ensayo se presenta el testimonio de Lleyly sobre el primer momento de su viaje, durante su estadía en lugares instalados por el Gobierno, mientras esperaba ser trasladada hacia su comunidad.
Encerrada en Lima
Desde diciembre ya se escuchaba en las noticias que en China había salido esa enfermedad del Covid, pero yo pensaba que no llegaría acá a Lima. “¡Estamos tan lejos!”, así pensaba. En eso, llega marzo, ¿no? y dicen que todo se cerraría. Yo pensaba que no iba a ser tan grave. De pronto, cerraron todo. ¡Se cerró todo! Yo me decía: “Va a pasar pronto. Después de los 15 días, me voy a mi comunidad a visitar a mi mamá”, porque había recibido la noticia de su enfermedad. Pero no fue así, por cuánto tiempo estuvo cerrado todo.
Estuve encerrada en mi cuarto esperando a que esto pase. Aunque yo ya quería irme, no se podía. Estaba prohibido viajar por las carreteras, no había pase interprovincial ni posibilidad de comprar pasajes. Así estuve marzo y abril: encerrada en mi cuarto. Salía a comprar mis alimentos y las cosas que necesitaba a un centro comercial que estaba cerca de donde yo vivía. Ahí compraba en cantidades, para no tener que estar saliendo a cada rato. Me acuerdo que había días donde podíamos comprar las mujeres; y otros días, para los hombres.
En eso, llega el mes de mayo y mis padres me llaman para darme el número del alcalde, para que me comunique con él. Es que el alcalde gestionaba para que los chicos que estaban en la ciudad, fuera de su comunidad, regresen a su pueblo. Había ese apoyo. Mi padre ya le había mandado mi número de DNI (registro de la identidad), mi número de teléfono para que entre en contacto conmigo. En eso, el alcalde se contacta con el Ministerio de la Cultura, y ahí es donde los que trabajan ahí me llaman. Era las once de noche y recibo una llamada desconocida. Estaba en el cuarto con mi hermano. Yo respondo y me dicen: “Hola, señorita. Hola, señora. Estamos aquí para ayudarles.” Yo le dije: “Hola, aquí estoy con mi hermano, vivimos dos personas en la habitación”. Pero ellos pensaban que estaba sola, y aproveché para darle los datos de mis primos que también estaban en Lima. Al terminar de conversar, me dice: “Mañana temprano, a las ocho, tienen que estar afuera. Va a pasar un carro por su casa y los va a recoger”.
El bus hacia Ancón
Ya había escuchado —y creo que todo el mundo había visto las noticias— que llevaban a los chicos que regresaban a sus comunidades a la playa de Ancón. En la playa de Ancón había carpas blancas que estaban preparados por el Ministerio del Ambiente. Yo estaba en mi cuarto, no eran las ocho todavía. En eso, me llaman y me dicen que ya están llegando por mí. Me tuve que alistar rapidito. Tenía un montón de libros; no me importó, los dejé ahí, porque yo quería regresar, ver a mi mamá. Así, agarré lo necesario, empaqué mis cosas y esperé en el lugar indicado. En eso, pasa el bus del Ministerio de Cultura y, ahí, el chofer me llama y me dice: “Señorita, ¿dónde está? Ya estamos pasando”. Yo le describí cómo estaba vestida para que pueda reconocerme.
Me recogen, entro al bus y había un montón de chicos awajún. Eran de diferentes comunidades. Yo me senté en un asiento y me quedé esperando sin saber bien a dónde llegaríamos. La señorita me había explicado que me iban a llevar en Ancón, pero yo no sabía si era en la playa, porque en Ancón hay solamente playa, ni modo. Llegamos en la noche. Salimos como a las ocho de la mañana de mi casa, pero, como estaba recogiendo a chicos que estaban en diferentes distritos en Lima, nos demoramos, pues. Llegamos de noche y había carpas. Entramos en ellas y hacía frío. Yo solo pensaba: “Aquí voy a vivir ahora”.
Ancón
Mi hermano estaba conmigo. Estábamos callados en el viaje. Cuando bajamos del bus, le digo: “aquí vamos a estar”, y me responde: “bueno, no hay de otra, acá nada más tenemos que estar”. Los chicos que estaban más tiempo viviendo en las carpas me comentaban que, en la tarde, a partir de la una, hacía un calor horrible, porque es playa; y en la noche, un frío terrible también. Como llegué en la noche, tenía frío. Me puse mi casaca y, ahí, estos chicos comienzan a contar que llevaban una semana, dos semanas, en ese lugar. Yo les decía: “¿Yo voy a estar tanto tiempo acá?”
En eso, me llama la señorita del Ministerio de Cultura y me dice: “Hola, Lleyly” (ella ya sabía mi nombre). Ahí aprovecho y le pregunto: “¿Cuánto tiempo voy a estar acá?”. Me responde: “Eso depende de tu alcalde. Si tus funcionarios gestionan rápido, menos de una semana vas a estar; pero si demoran, vas a estar ahí hasta que ellos se contactan con nosotros y que te podamos trasladar”. ¿Qué podía hacer? Solo esperar, no me quedaba de otra. Así que le dije: “Bueno, está bien”.
Entré a la carpa donde iba a estar. Había como cuatro camas y ya estaban dos personas en las camas. Miro eso y dije: “¡Ay Dios mío!, ahí no hay privacidad para nada”. Esa misma noche, me voy a duchar. Menos mal había agua caliente. Como era de noche, hacía frío. Estaba en la cama casi por dormirme, y, en eso, suena mi celular, y es donde me llama de nuevo esa chica del Ministerio de Cultura para decirme: “Señorita Lleyly, alístate rápido porque te van a llevar en otro lugar”. Yo me sorprendí. Le digo que está bien y me dice: “Alístate rápido, que el carro ya está llegando. Les van a llevar en otro lugar”. Con mi hermano, nos alistamos rapidito y salimos. El carro nos recogió, pero no sabíamos a qué lugar nos estaban llevando. Había un chico que estaba sentado a mi lado y yo le pregunto: “¿A dónde nos estamos yendo?” Y me dice: “Tampoco tengo conocimiento, pero mi primo me ha comentado de que nos van a llevar en un centro vacacional en Huampaní. A Huampani nos van a llevar”, me dice.
Huampaní
Cuando salimos, era como las nueve o diez de la noche y llegamos a ese centro vacacional. Llegamos en ese lugar a las once de la noche. Nuevamente, empezamos a sacar las cosas y yo tenía hambre. Tenía hambre, hacía un frío horrible porque teníamos que esperar, porque estaban viendo en qué cuarto nos íbamos a quedar. Como éramos varios, a los que tenían pareja los llevaban a un lugar aparte. En eso, dicen: “Hagan grupo de seis personas, porque van a vivir en una habitación”. Entonces, así nos agarramos con seis personas. Yo con mi hermano, un joven con su sobrinita de diez años, y dos jóvenes más.
Éramos los seis awajún. Los otros cuatro eran de Huampami, una comunidad que queda en el río Cenepa. A las doce de la noche, uno de los guardianes de ese centro nos dio la llave. Los policías que nos cuidaban, porque todo el viaje estuvimos rodeados de policías, nos ayudaban a llevar nuestras maletas al cuarto. Llegamos al cuarto, tenía una mesita al medio y habían tres cuartos. Yo compartí la habitación con mi hermano. En Huampaní estuvimos como 15 días.
Después de los 15 días, nos dicen que mañana íbamos a viajar. Por eso, nos hicieron sacar la prueba y a mí me salió negativo. A los que salían positivo, no los dejaban viajar y los llevaban a otro lugar, donde tenían a los que estaban contagiados con Covid. Los llevaban a la Villa Panamericana. Gracias a Dios, me salvé. Igual mi hermano: salimos negativos. Pero la niñita que estaba con nosotros, le sale positivo. Había un señor que también andaba con su hijo que tenía 17 años; al señor le sale positivo. Ya no podíamos acercarnos ni a la niñita, ni al señor. ¡Cómo lloraba su hijo por su papá!
Vimos cómo se los llevaban. No pudimos hacer nada. Nos tuvimos que regresar al cuarto todos tristes escuchando a las demás - que sus familiares habían salido positivos - llorar. Era muy triste escuchar eso. En mi cuarto, alisté mis cosas, esperando para que al día siguiente nos recogieran para ir a Nieva.
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